Teresa Meschiatti, sobreviviente del centro clandestino que
funcionó en Córdoba, contó que allí vio a María del Carmen “Pichona” Moyano de
Poblete embarazada y que en algún momento de abril o mayo de 1977 la
trasladaron a la Escuela
de Mecánica de la Armada.
(Fuente: Página/12 - Alejandra Dandan)
“Yo nunca me hubiera imaginado que se podía tener a una
mujer a término del embarazo, robarle el hijo y después matarla; y eso que
estuve dos años, tres meses y tres días en un campo de concentración.” Teresa
Celia Meschiatti declaró en el juicio por el plan sistemático de apropiación de
bebés de la dictadura. Sobreviviente del centro clandestino de La Perla , ubicado en la
provincia de Córdoba, Meschiatti recordó a las embarazadas de La Perla a quienes los
detenidos-desaparecidos empezaron a nombrar como “las panzonas”. En especial
habló de María del Carmen “Pichona” Moyano de Poblete, uno de los casos de este
juicio, a quien en algún momento de abril o mayo de 1977 trasladaron de Córdoba
a la Escuela
de Mecánica de la Armada.
Las preguntas sobre por qué llegó a parir a Buenos Aires, los
alumbramientos en el Hospital Militar de Córdoba y el nombre de quién pudo
haber sido el contacto entre el centro clandestino del III Cuerpo del Ejército
y los marinos forman parte de las cosas sobre las que Meschiatti se sigue
preguntando.
Teresa Meschiatti se presentó como divorciada, nacida en el
’43, jubilada en Suiza, el país al que se fue y donde trabajó hasta 2007 antes
de volver a la
Argentina. Cuando uno de los jueces del Tribunal Oral Federal
Nº 6 se lo preguntó, explicó que militó en Montoneros. Cayó secuestrada en una
cita el 25 de septiembre de 1976. Durante más de un año pensó que iban a
matarla porque así se lo dijeron en La Perla. Sobrevivió
y declaró ante la Conadep ,
en España, en Italia y en los juicios que se fueron abriendo en el país:
Córdoba, Rosario y ayer en Comodoro Py. Cuando la presidenta del TOF Nº 6 le
preguntó protocolarmente si tenía algún interés en el resultado de la causa,
dijo por qué estaba ahí: “Solamente conservar la memoria de los treinta mil
desaparecidos es lo único que me mueve a seguir testimoniando”.
Mientras el juicio oral ingresa en la última fase de
testimonios, con su relato, Meschiatti planteó por primera vez –en el marco del
debate– lo que sucedió en el centro clandestino más importante de Córdoba. Las
distintas fuerzas de la dictadura concentraron ahí, como dijo ella, a la mayor
parte de los militantes políticos de la zona, sin distinguir si eran
prisioneros de una o de otra de las armas. En el contexto del juicio, La Perla es el espacio por
donde pasó Pichona Moyano de Poblete antes de llegar a parir a la ESMA. Ella y su hija
siguen desaparecidas.
Las razones por las que Pichona llegó a la ESMA son parte de los
secretos que todavía guardan los represores. El traslado a Buenos Aires podría
ser parte de la forma en la que la dictadura hacía mover a los prisioneros para
sacarles información. O puede reforzar la certeza de que la ESMA funcionó como “caja
receptora” de parturientas de otros centros clandestinos del país. Eso de todas
formas en este caso no está claro, porque cuando Pichona llegó a la ESMA aún no funcionaba la
maternidad clandestina a la que los marinos llamaron “la pequeña Sardá” y fue
el lugar donde concentraron a otras prisioneras. El suyo fue el primer parto en
el que estuvo Sara Osatinsky. Se hizo en la enfermería y Sara todavía se
acuerda de los ruidos de las cadenas mezclados con los gritos del bebé que
nacía.
En La Perla ,
en tanto, Teresa Meschiatti llevaba seis o siete meses secuestrada cuando supo
de la presencia de Pichona. Era abril o mayo del ’77. No la vio, pero supo que
estaba por otra de las secuestradas encargada de la limpieza y de atender a los
que estaban con problemas. “Pichona estaba embarazada a término –dijo Teresa–,
con una panza muy elevada, de unos ocho meses. Yo sé que estaba con el marido,
los dos habían sido traídos de Mendoza y no sé cuánto tiempo estuvieron, pero
estaban detenidos entre los biombos.” Los biombos eran una forma de
tabicamiento. Un espacio cerrado en el que introducían a ciertos detenidos que
no podían ver ni ser vistos: iban a parar ahí, según Teresa, los que serían
trasladados a otro campo o a otro lugar, como para que no pudiesen saber dónde
habían estado. O los que se estaban muriendo. A Pichona la iban a trasladar.
“Yo estuve repasando el caso de la panzona, Pichona le
decían –dijo Teresa–. Parece que se la llevaron el 1º de abril del ’77, aunque
yo en mi primer testimonio digo mayo”, explicó y aclaró lo que dicen muchos
testigos. Que no podía ser precisa con las fechas porque “un secuestrado no es
un empleado público que da entrada y salida a lo que ve”. Un secuestrado, dijo,
sólo recuerda momentos muy precisos. El día que la secuestraron. Las torturas
que le dejaron las marcas del III Cuerpo en las piernas. O cuando los militares
se aparecieron vestidos con sus capas de gala para saludar a cada prisionero
por el Día de la Patria ;
les dijeron: “Buenos días”, y después salieron a fusilar a dos.
Además de Pichona, Meschiatti habló de otras “panzonas”.
Entre ellas, en abril vio a Dalila Bessio de Delgado y en diciembre, a Rita
Ales de Espíndola. A Dalila le decían “la panzona número uno”. La habían
secuestrado con su pareja, eran de La Falda. A él se lo llevaron por un tiempo a la ESMA. A ella la llevaron a
parir al Hospital Militar: “No había posibilidades de tener en La Perla una maternidad Sardá
como en la ESMA
–dijo Teresa–, no daba el espacio. Nunca trascendió en todo el tiempo que
estuvimos, nunca salió la cuestión de que efectivamente hubiera una maternidad
en algún lado”.
Tiempo después, apareció Rita Ales con su marido. “El marido
salió rapidito, y ella estaba muy preocupada por él, pero ahí hubo una cosa que
nos traumatizó muchísimo”, explicó. “El responsable en ese momento era el
capitán González, miembro del Comando Libertadores de América. Para la época
del parto de Rita nos obligó a limpiar una oficina, que limpiáramos las paredes
con lavandina porque la querían hacer tener el bebé en La Perla. Trascendió
el dato de que después la iban a tener que matar, cosa que nos llenó de horror:
le querían poner una inyección de aire en las venas... Nosotros habíamos visto
gente agonizante, pero matar a una persona, jamás. González decidió al final
llevarla al Hospital Militar, lo cual al parecer les producía muchos problemas:
ya había trascendidos de que no querían ocuparse de ellas porque estaban en un
lugar clandestino al que tenía acceso el personal del hospital.”
A lo mejor ésa es una explicación de por qué una de las
parturientas llegó a la ESMA.
En tanto, las defensas siguieron de cerca durante el resto de
la audiencia los datos sobre qué pasó con los niños de cada una de esas mujeres
que siguen desaparecidas. Por alguna razón, los militares devolvieron a los dos
niños con sus familias biológicas. A las defensas, el dato les permite
encontrar supuestas grietas en la idea de un plan total y sistemático de
apropiación de niños. A la querella de Abuelas de Plaza de Mayo, sin embargo,
esto no la tomó por sorpresa: todo proyecto totalizador tiene sus fisuras,
excepciones, que no modifican la regla.
“En Suiza –contó Teresa Meschiatti– se hablaba de tráfico de
niños como de un botín de guerra, porque algo así no se regala, se cobra.” Otro
dato del que habló fue sobre el represor Héctor Vergés. Lo vio dos o tres veces
en La Perla. Y
Sara le dijo alguna vez que lo había visto en la ESMA. Meschiatti
sabe que en algún momento a Vergés lo trasladaron de Córdoba a Buenos Aires, y
ayer dijo que “al no haber (en Córdoba) una estructura de ‘maternidad Sardá’,
creo que Vergés ha sido el lazo de la
Marina y el Ejército”.
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