lunes, 13 de febrero de 2012

Martín Niklison, fiscal del juicio: “Hubo coordinación entre las fuerzas”


La causa por el Plan Sistemático toma 34 apropiaciones, un universo que el fiscal considera representativo de la “organización” que se dedicó a robar chicos. La complejidad de la infraestructura y los traslados de embarazadas.

(Fuente: Alejandra Dandan – Página/12)

El juicio por el plan sistemático de robo de bebés contempla 34 casos de niños apropiados, la desaparición de todas las madres menos una y de todos los padres menos dos. Siete de esos niños fueron secuestrados cuando tenían entre trece días y cuatro años de edad, y los otros 27 nacieron en cautiverio. Todos fueron apropiados, la mayor parte por jefes, subordinados o allegados a hombres de las fuerzas armadas que, en general, optaron por los recién nacidos. A algunos de los más grandes los abandonaron en plazas o instituciones.

El fiscal federal Martín Niklison está a cargo del juicio y piensa que el juicio es representativo de lo que ocurrió en todo el país, entre otras razones porque la mayor parte de los robos de niños se concentraron en la ciudad y la provincia de Buenos Aires por lógicas que incluyen cuestiones culturales. También cree que las maternidades “son los casos más claros del Plan, porque estaban muy organizadas”. Entre otras cosas, los traslados de embarazadas muestran una “coordinación interfuerzas y al interior de cada arma”. Las más importantes estuvieron en la ESMA, el Pozo de Banfield y el Hospital Militar de Campo de Mayo, donde nacieron niños de mujeres encerradas allí o llegadas de otros campos.

Próximo a entrar en la etapa de alegatos, Niklison repasa en esta entrevista con Página/12 algunos ejes que surgieron del juicio que permitió por primera vez reunir 34 casos para la fiscalía y 35 para la querella. Entre otras cosas, explica por qué cree que la idea del robo de niños no surgió el 24 de marzo de 1976 sino que fue un efecto de la política de desaparición que obligó en determinado momento a poner en marcha el robo de niños. Habla de los jefes del Plan: Jorge Rafael Videla, Reynaldo Bignone y Jorge “el Tigre” Acosta, entre otros. De la Iglesia y el rol que efectivamente cumplieron “montones” de “obispos, adjuntores y capellanes” que entregaron información a la familias y muestran que tuvieron “acceso a la información”. Y habla de los documentos desclasificados y de la “importantísima” declaración del entonces funcionario norteamericano Eliott Abrams, que dijo que Estados Unidos sabía del robo de bebés y sugirió que intervenga la Iglesia: “Esto demuestra que el gobierno norteamericano quería que no los eduquen (a los chicos) familias comunistas, por eso se lo bancaron. Y segundo, se ve en el memorándum que con los desaparecidos está, pero los chicos es un tema que les hace ruido”.
–¿Cuál es la imagen del juicio que más le impactó?
–Al principio hubo algunas muy fuertes, pero la declaración de Victoria Montenegro fue muy importante. Sabía lo que iba a decir, pero me pareció una persona que podía llorar y reírse, y contar su fanatismo por el militar que la apropió y decir lo contrario. Pudo manejar el drama, contarlo cuando dos o tres años antes seguía sosteniendo que era María Sol Tetzlaff. Fue importante cómo se animó a denunciar al fiscal Juan Martín Romero Victorica. Ella no sabía qué hacer. Yo le dije que hoy había gente en la Justicia que no quería tapar esas cosas. Otra faceta fueron las Abuelas. Uno escuchaba a la abuela de Paula Logares, Elsa Pavón, entrar y salir y buscar a su nieta como en una historia de detectives. Me baso en pensar que el poder las subestimó: nunca pensó que estas mujeres iban a hacer todo eso. Cuando ellas hacen esto, lo normal hubiese sido que nunca hubiesen podido averiguar casi ningún dato, y por eso en definitiva en el Juicio a las Juntas se probó sólo el caso de los hermanos Gatica, porque no se pensaba que ellas iban a tener el tesón que tienen hasta hoy. La dictadura tenía la certeza de que no los iban a descubrir. Por eso en el documento final de la Junta, el que ordena la autoanmistía ni menciona el tema de los chicos. Lo hacen pese a que hay un plateo de la APDH para que intervenga la Iglesia. Y está ese otro planteo que ahora nos enteramos que hace Abrams por el lado de Estados Unidos.
–Dice lo mismo: que intervenga la Iglesia.
–Y ellos deciden no hacerlo con la confianza de que esto nunca iba a saltar. En el documento desclasificado hablan del problema de sacarle los chicos a las “familias adoptivas”. También eso es importantísimo porque muestra que en algún lugar todavía hay documentación y la deben tener. No puedo creer que hayan prendido fuego o no hayan microfilmado a quién le dieron cada chico.
–Al comienzo del juicio, se dijo que la sucesión de casos iba a permitir ver el plan sistemático. ¿Qué se vio?
–La fiscalía tiene 34 casos. Sabemos que hay más. No sólo por las denuncias sino porque hay montones de condenas y sin embargo no forman parte del juicio. Pero estos casos fueron elegidos por los lugares donde se dieron: dentro de Buenos Aires, y a lo mejor es que el tema de los chicos se concentró acá aunque hubo casos en Córdoba, en San Juan o Santa Fe y alguno en otro lugar.
–¿Los otros serían casos aislados?
–Pareciera que el grueso se dio acá. Hubo dos casos de este juicio de embarazadas que trajeron desde Córdoba. Pero por las declaraciones, para mí en Córdoba se dieron todas las situaciones: hubo a quienes se les devolvieron los hijos, hubo embarazadas fusiladas y algunos testigos hablan de la resistencia de los médicos de allá a prestarse para partos de mujeres secuestradas. Esa sería la explicación de por qué traen a la ESMA a María del Carmen “Pichona” Moyano de Poblete, por ejemplo. También hubo un caso con condena en el Hospital de Paraná el año pasado y se dijo que podría haber otros. Pero cuando se hizo la denuncia original de esta causa, hace 16 años, se eligieron estos casos y tiene su lógica.
–¿Qué características tienen en común?
–De los 34 casos, 33 madres desaparecen. Sólo queda viva Sara Rita Méndez, que la devuelven a Uruguay pero entregan a su hijo acá. Y desaparecen 32 padres, ni Abel Madariaga desapareció ni el marido de Sara Méndez.
–¿Qué significa eso?
–Mi idea es que cuando la madre iba a ser liberada, no le robaban los chicos. Y por supuesto la postura de la acusación no va a ser que el Ejército se convirtió en una banda dedicada a robar chicos. No es así. Hubo embarazadas a las que mataron directamente y otras perdían los embarazos en las torturas, pero en los demás casos está claro que las tenían esperando hasta que tuvieran los hijos, luego las desaparecían y en ese momento entregaban al chico. Casos de mujeres desparecidas que hayan parido en cautiverio y que les devuelvan los hijos hay muy pocos: uno en ESMA, uno en Vesubio y pareciera que dos en Córdoba, pero en general en eso hay una especie de regla.
–¿Qué pasó con los niños más grandes?
–De los 34 casos, 27 nacieron en cautiverio. Y 7 ya habían nacido, tenían entre 13 días y 4 años, como Anatole Julien, que lo llevaron a Orletti con su hermana, después a Uruguay, y los abandonan en una plaza de Chile. Creo que su edad generó el problema de entregarlo, con lo que lo llevaron a Chile para que no se supiera dónde estaban. Por lo cual estaban desaparecidos. Uruguay tampoco se quiso hacer responsable.
–Una hipótesis indica que a los recién nacidos los apropiaban y los más grandes los entregaron a instituciones.
–Yo creo que ocurrió como en otras adopciones: la gente quiere adoptar un bebé recién nacido. A los chicos ya nacidos en general no los robaron. Supongo que no les sería tan práctico llevarlos a los centros clandestinos. Hay niños secuestrados en operativos que fueron devueltos y otros que no.


La solución argentina

–Hubo dictaduras similares en toda América latina. Y en ningún caso se desarrolló una organización como la de Abuelas de Plaza de Mayo. Le pregunté a Pérez Esquivel cuando estuvo, y me dijo que no hubo. En Uruguay, hubo sólo el caso de Macarena Gelman, por eso estaban horrorizados cuando sale la denuncia. En Chile no hay casos, por lo menos yo no los tengo. Y en Bolivia, pregunté y una testigo me dijo que no. No quiere decir que no puede haber, pero por lo menos no tuvo la dimensión como para que se organice una agrupación para reclamar. Entonces, salvo que los militares y policías argentinos tengan una predisposición a apropiarse de los hijos de sus víctimas, cosa que no creo, es que de arriba decidieron hacerlo. ¿Por qué ocurre algo así en una sociedad y no en otra? Porque hay algo del poder que lo permite.
–¿Por qué?
–Sin duda tiene relación con la metodología elegida. En Uruguay hubo detenciones o asesinatos, los desaparecidos son poquísimos. En Chile hubo desaparecidos, pero iban directamente y los fusilaban. Todos tuvieron sus áreas clandestinas pero acá, estimulados por las condenas internacionales que caían sobre Chile, se estableció la clandestinidad como método central. Entonces surge el problema de los niños. Creo que el 24 de marzo no se propusieron tomar a los chicos, pero como el noventa por ciento de las víctimas eran personas jóvenes, generalmente parejas y mujeres en edad fértil con chicos, chiquitos, les surgió el problema y encontraron un justificativo importantísimo: se dijeron que los chicos eran así por las familias que los educaron con estas ideas.

La Iglesia

–Lo que interesa en el juicio es la gran cantidad de información que obtenían a través de gente de la Iglesia los familiares que buscaban a sus hijas y a sus chiquitos. Vino de montones de obispos y adjuntores de entonces. Monseñor Raúl Plaza le dice a Chicha Mariani que no busque más a su nieta porque está bien con otra familia. En el caso de (Licha) La Cuadra también le da información otro obispo y le dice que su nieta está siendo educada cristianamente. Graselli le dice más o menos lo mismo. Otro (el vicario castrense, Victorio), Bonamín, le dice a un pariente de Beatriz Castiglione que ella debería ser liberada unas semanas más adelante. (El entonces párroco del obispado de Morón, Raúl) Trotz que le dice a Amelia Galeano que su amiga Teresita, que era catequista, ya estaba afuera del país y su hija estaba siendo educada por una familia cristiana. O sea, llegaban a la información.
–Hay más casos: Sandoval, por ejemplo.
–La familia de Alejandro Sandoval era de Entre Ríos y al padre le dijo el cura del pueblo, que era un capellán del Regimiento de ahí, que tuvo un varón. Juan Gelman llegó a la información en 1977, cuando le dijeron en el Vaticano que nació su nieta o nieto, a través del segundo de la Secretaría de Estado vaticana que se comunica con alguien de Argentina y supo aquello dea child was borns. ¿Cómo hace un obispo, y en este caso un obispo que es un diplomático, para obtener información? El obispo tuvo que haberse contactado con un general o almirante que le dio información. Los datos me sirven para marcar eso: ahora están todos muertos, pero permiten saber que ellos tenían acceso, que había niveles donde sabían. Pareciera que no estaba descontrolado, estaba perfectamente controlado.



La maternidad como eje del plan

“Las maternidades son los casos mas claros del Plan porque eran algo muy organizado. En la ESMA encajan una maternidad que no es sólo para los presos de la Armada sino para los de la Fuerza Aérea y del Ejército. Es el caso más paradigmático porque era una maternidad estructurada, en coordinación con las otras fuerzas, lo que demuestra que montaron una organización y que hubo acuerdo entre las fuerzas. Con lo cual, la idea de Plan y de la práctica sistemática y organizada está perfectamente establecida. Allí llevan a dos detenidas de Fuerza Aérea (Graciela Tauro de Rochistein y Patricia Roisinblit). Y eso deja claro que no es un acuerdo de un comodoro con Jorge Acosta sino que hay otro nivel que decidió ese traslado, donde está organizado: la ESMA funciona bien en eso.

–¿Y Campo de Mayo?
–También es importante porque es un hospital militar importantísimo y si bien en el juicio tenemos sólo dos mujeres que estaban en El Campito, hay otra (Altamiranda Taranto) que llega del Vesubio y nace en el hospital. Pero ahí también tenemos dos chicos que fueron entregados a las madres porque las madres vivieron, como Paula Ogando.
–¿En el pozo de Banfield?
–Tenemos nacimientos de diciembre de 1976 a agosto de 1978, solamente en este juicio porque hay muchas más denuncias. Pero el tiempo demuestra continuidad. Yo no sé por qué lo hacían ahí, nacían en condiciones terribles. Hay casos que nacieron sin médico, como el parto de María Eloísa Castellini, que tuvo a Victoria en un pasillo en abril de 1977. Y también estuvo Asunción Artigas, la madre de Victoria Moyano a la que en algún momento el comisario Oscar Penna le proveyó vitaminas, porque su hermano se iba a quedar con el chico.



Los traslados interfuerzas

–¿Hubo traslados del Ejército a la ESMA?
–El caso de Juan Cabandié es uno. La madre pasó de El Banco a la ESMA antes del parto. El mayor Guillermo Minicucci, que aparece todo el tiempo, la iba a visitar. Minicucci estaba a cargo de El Banco y Olimpo. También aparece como el padrino del chico de Cecilia Viñas. Cuando desaparece Claudia Poblete, él está en el Olimpo. Y en el parto de Laura Carlotto, en el Hospital Militar Central, un conscripto dice que estuvo una persona que le decían “mayor”. La hipótesis es que estaba en el reparto de chicos encomendado por alguien que no sé quién será.


jueves, 9 de febrero de 2012

Cronograma de audiencias


Lunes 13 de febrero
10 hs. Juan José Prado 
Reproducción de videos requeridos por las partes.

Martes 14 de febrero
Cuestiones de prueba - no hay testimonios

Miércoles 15 de febrero
Cuestiones de prueba - no hay testimonios. 

viernes, 3 de febrero de 2012

Los registros de un secuestro familiar

Aportan un documento secreto del grupo de tareas de la ESMA en el juicio por robo de bebés. El documento fue entregado por la periodista Analía Argento. Da detalles sobre la desaparición de los Ruiz Dameri: los padres y los chicos de 4 y 2 años llevados a la ESMA, donde nació la niña más pequeña, apropiada por el prefecto Juan Antonio Azic.

(Fuente: Alejandra Dandan - Página/12)

“A raíz de las operaciones de inteligencia que personal de este grupo de tareas realiza en zona de fronteras juntamente con personal de PNA; Operación ‘S’ ‘Yacaré’ el 040680 fue detectado el DTB (n.d.r.: delincuente terrorista montonero) NG (nombre de guerra): ‘Carlos’ o ‘Chicho’; NL (nombre legal): Orlando Antonio Ruiz, que se dirigía a la Ciudad de Buenos Aires en compañía de sus dos hijos de 4 y 2 años de edad y de su esposa la de DTM MG: ‘Victoria’ NL: Silvia Beatriz Dameri de Ruiz.”
El informe continúa. Escrito en máquina de escribir, está encabezado por las ahora formas fantasmales de la Escuela Mecánica de la Armada GT 3.3.2 (ver imagen aparte). El documento se presentó durante el juicio oral por el plan sistemático de robo de bebés. Es parte de la información que recogió para su investigación de los niños apropiados durante la dictadura la periodista Analía Argento en su libro De vuelta a casa. A pedido de los abogados de Abuelas de Plaza de Mayo y de la fiscalía que encabeza Martín Niklison, el Tribunal Oral Federal 6 convocó a la periodista para hablar de ese documento que confirma que existen archivos de las fuerzas de seguridad, o que las fuerzas de seguridad dejaron claramente asentados los pasos que iban dando en su convencida lucha contra la “subversión”. Y, en el marco de esta causa, reconocen que con los adultos fueron secuestrados además los niños.
“Cuando vimos el documento, pedimos que acompañara como prueba la causa del plan sistemático y además la causa que por la identidad de Laura Ruiz Dameri”, dice el abogado Alan Iud de Abuelas de Plaza de Mayo en referencia al juicio que todavía está pendiente por apropiación de una de las niñas que nació en la ESMA y avanza contra el ex prefecto Juan Antonio Azic. “Ese documento revela por un lado que hay archivos de inteligencia del terrorismo de Estado, no sabemos dónde, pero están, es una muestra más de que cuando los jueces detienen a los imputados deberían, por ejemplo, sin excepciones, allanar sus domicilios y domicilios asociados. Por otro lado, muestra documentación precisa del momento en el que los detuvieron señala que no hubo una persecución azarosa sino que todo fue planificado y finalmente que sabían que estaban secuestrando a unos chicos.”

El documento

Analía Argento tuvo una certeza del valor que tenía ese documento que le dio una de sus fuentes cuando lo consultó con el Equipo Argentino de Antropología Forense. El texto revela el día preciso del secuestro de los Ruiz Dameri, del que hasta ese momento sólo se sabía que había sido a comienzos de junio de 1980, mientras volvían por segunda vez al país en el marco de la Contraofensiva de Montoneros. Además, es un prueba de los mecanismos de tortura, llamados evasivamente “interrogatorios”. Y, entre otras cosas, confirma el “cerrojo” que tendieron a la organización los militares argentinos en coordinación con las fuerzas de seguridad de los países asociados al Plan Cóndor.
“Luego de producirse la detención de la totalidad del grupo familiar –dice el documento– 17.15 hs aproximadamente y practicado los interrogatorios iniciales se desprende: 1. Tanto el NG ‘Carlos’ como NG ‘Victoria’ realizaron el curso de TEI (n.d.r.: tropas especiales de infantería) en Líbano (abril/junio de 1979); 2. Realizaron el curso TEA (n.d.r.: Tropas especiales de agitación) en México (principios de 1980). También explica que en su equipaje encontraron documentación en blanco y sellos de goma.”
Hacia el final, señala: “Se recomienda no difundir la presente información y manejarla con suma discreción ya que este grupo de tareas continúa con la investigación del caso en cuestión a los efectos de poder determinar las conexiones con otros DT ya sea del país como del exterior”.

Los Ruiz Dameri

Víctor Basterra es uno de los sobrevivientes que vio a los dos niños adentro de la ESMA. Una vez se asomó a un pasillo del centro clandestino y vio a Marcelo correr a toda velocidad. Atrás lo corría su hermana más chica montada en un par de guillerminas.
Silvia y Orlando habían logrado escaparse a Brasil, de Brasil se fueron a Suiza, donde nació María de las Victorias. De Suiza viajaron a Madrid, les dejaron los niños a una pareja de compañeros para llevarlos a Cuba. Y ellos viajaron al Líbano donde Montoneros, dice Analía, tenía un acuerdo con la OLP para hacer los entrenamientos militares. En aquel momento, Silvia se sacó una foto que todavía guarda María de las Victorias: “Para mis chiquitos hermosos –escribió ahí–, de mamá que los quiere y extraña mucho”.
Desde el Líbano hasta el secuestro pasó tiempo todavía. Y discusiones políticas adentro de la organización. Los dos entraron a Argentina para la primera etapa de la Contraofensiva, lograron irse otra vez, viajaron a México y Cuba y volvieron al país con los niños. Querían instalarse en uno de los barrios para dedicarse a la tarea de agitación política. Nunca pudieron llegar.
Silvia estaba embarazada en ese momento. Basterra no volvió a ver a los niños hasta que los encontró en una fotografía.
“Aún hoy a Basterra lo persiguen las imágenes de todo lo que vio mientras estuvo allí detenido”, dice Argento en el libro. “No olvida aquellas fotos que reveló un día. No sabe quién las sacó aunque supone que fue el suboficial ‘Willy’, el encargado de atender a los chicos y de llevar y traer cosas para los detenidos que eran trasladados a otros lugares aunque seguían bajo la órbita de los grupos de la ESMA, como era el caso de aquella familia. Bajo la tenue luz roja de la oficina del sótano aparecieron, sumergidas en el líquido revelador, las caras de los mismos chiquitos que vio un día corriendo y de su hermanita recién nacida. El nene y la nena estaban sentados junto a su mamá, que le daba la teta al bebé. Parecía la foto de un álbum familiar. Con asombro vio más: los chicos jugando, los chicos corriendo, la mamá abrazando a sus hijos en un jardín con plantas y hasta una piscina en el fondo. Reconoció en las imágenes la Quinta Pacheco, en la zona norte de la provincia de Buenos Aires, donde los marinos llevaban a algunos detenidos. El había estado allí y también había estado en una isla en el Delta del Tigre cuando trasladaron a los detenidos para que no fueran vistos durante la inspección de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) en 1979”.
Lo que sucedió después es tal vez más conocido. Los marinos alejaron de Buenos Aires a los dos hijos más grandes. A Marcelo lo dejaron en la puerta de la Casa Cuna de Córdoba con un cartel: “Soy Marcelo –decía–. Mi mamá no puede cuidarme. Que Dios los ayude. Gracias”. Todavía hoy se acuerda algo de aquel viaje. La idea de un Peugeot 404 bordó, el mismo Willy ubicado como chofer y una fecha de diciembre de 1980, casi seis meses después de la detención. A María de las Victorias también le pusieron un cartel, pero la dejaron en Rosario. Los dos fueron adoptados legalmente. El recuperó su identidad en 1989; su hermana, que cuando le preguntaban qué quería decía: “un hermano más grande”, la recuperó en 2000.
Azic se apropió de aquella niña recién nacida en la Esma. Laura recuperó su identidad en 2008. Creció al lado de la diputada Victoria Donda, también apropiada por el prefecto.


Ezequiel Rochistein Tauro: “Venir acá para mí fue liberador”



A mediados de diciembre pidió la rectificación del documento de identidad y ayer se presentó ante el tribunal con sus verdaderos apellidos. Dijo que saber quién era “fue como sacarme varias mochilas de encima”.

(Fuente: Alejandra Dandan - Página/12)


La presidenta del Tribunal Oral Federal 6 preguntó los datos de protocolo. Esas respuestas no suelen ser, sin embargo, nada sencillas cuando la silla de los testigos la ocupa alguno de los hijos de los desaparecidos, apropiados por la dictadura y reaparecidos. María del Carmen Roqueta le hizo a Ezequiel las preguntas de siempre. “¿Nombre?”, dijo. Y él respondió medio en broma, medio en serio: “¿El actual? ¿O el que tenía?”. Y siguió: “Soy Ezequiel Rochistein Tauro y anteriormente era Vázquez Sarmiento”. Cuando la pregunta fue sobre su fecha de nacimiento, Ezequiel entonces dijo: “El 1º de noviembre de 1977, creo”.
Ezequiel está casado, es abogado, aunque durante un tiempo estudió Economía, como lo había hecho su padre biológico. Es hijo de María Graciela Tauro y del “Hippie” Jorge Daniel Rochistein, dos militantes de Montoneros desaparecidos el 15 de mayo de 1977. Ezequiel nació en la ESMA. Su historia se conoció en septiembre de 2010, cuando después de diez años de intentos, la Justicia terminó de confirmar los datos de su filiación. Él no quiso hacerse el ADN cuando se lo ofreció la jueza María Servini de Cubría y luego Rodolfo Canicoba Corral. Ezequiel, para entonces, era abogado civil de la Fuerza Aérea, el arma de su apropiador. Después de idas y vueltas, Canicoba ordenó un allanamiento en su casa. Se llevaron ropa que era de un amigo. Al final, terminó entregando prendas más personales, obligado, en el despacho del juez. Recién ahora, a mediados de diciembre, pidió la rectificación del documento de identidad.
Ayer, en la sala de audiencias del juicio por el plan sistemático de robo de bebés, habló corto. Y poco. Apretado. Cuando le preguntaron qué significó después de todo para él saber quién era, dijo: “Fue como sacarme varias mochilas de encima; la verdad, es complicado, pensás que sos una persona, pero sin embargo sabés que te tira para otro lado. Yo lo estoy procesando. Pero la verdad es que fue liberador”.
Casi al final de la audiencia, Roqueta volvió sobre el asunto. “¿Estaba muy enojado usted con todo eso?”, le preguntó. Pero él dijo que no. Que no era enojo lo que sentía. “No dar sangre era por la imputación del delito que podían hacerle a mi mamá (de crianza). Eso me motivó a estar así, después hubo un click, después de tener un hijo uno se da cuenta y se pregunta qué hubiese hecho en esa misma situación. Uno va elaborando y poniéndose del otro lado. Pero enojado no, nunca estuve enojado.” Y al final, entonces, antes de levantarse de la silla, también él volvió a ese punto: “Venir acá –explicó– para mí fue liberador”.

A la ESMA

María Graciela estaba embarazada de cuatro meses y medio cuando la secuestraron. La levantaron con el Hippie en la zona de Hurlingham. Los llevaron a la Comisaría 3ª de Castelar. A ella la vieron en la Mansión Seré y más tarde, para el alumbramiento, en la ESMA. El apropiador de Ezequiel fue Juan Carlos Vázquez Sarmiento, entonces suboficial de la Fuerza Aérea, hoy todavía prófugo de la Justicia.
“Nunca tuve dudas. Pensé que era hijo biológico de ellos. Mi vieja de crianza, a la que considero mi vieja, tiene problemas de salud, tiene cáncer; empezó con problemas en el ’97, en el ’99 o 2000 le iban a hacer una operación complicada, así que me dice que a pesar de que me crió con todo el afecto y el amor, yo no era hijo de ella. Que no eran mis padres biológicos”, contó Ezequiel, que dice que no habló del tema con Vázquez Sarmiento. Afirma que estaba separado de Stella Maris desde hacía dos o tres años y él había dejado de verlo.
“A pesar de que me hizo ruido el tema, con la enfermedad de ella no quería presionarla, y nunca mastiqué el tema hasta que Servini de Cubría me llama al juzgado para ver si quería dar sangre porque podía ser hijo de desaparecidos. Voy al juzgado y me presento. La situación no se entendía bien, mi vieja estaba muy nerviosa. De lo que me acuerdo es de que me recibe la jueza, me pregunta si quería acceder al análisis de sangre. Yo le pregunté qué puede llegar a pasar con mi vieja; ella me dijo que estaba imputada. Entonces le respondí: ‘No quiero seguir con esto’.”
Para febrero de 2002, vio por última vez a Vázquez Sarmiento. “Yo le dije que prefería no verlo más que verlo preso. Y ésa fue la última charla que tuvimos.” Lo que le dijo Stella Maris es que “había aparecido en la cama matrimonial de ella, que era muy bebito. Que desde ese día me quiso como un hijo. Y en realidad, como está mal psicológicamente no tengo oportunidad de hablar”.
Durante el relato, Ezequiel habló de arbitrariedades del represor. Y del extraño momento en el que se enteró de que un suboficial cercano a Vázquez Sarmiento llamado Julio César Lestón aportó los datos a Abuelas de Plaza de Mayo para su recuperación.
“Yo de chico (a Vázquez Sarmiento) siempre lo vi en una oficina. Primero estaba en el Estado Mayor Conjunto, siempre en el Edifico Cóndor. Yo iba, él me llevaba. Después lo trasladan a Morón en una regional de Inteligencia.” No sabe si alguna vez en su casa escuchó algún comentario sobre la dictadura militar. “Lo que sí –dijo– me quedó grabado es que la persona que denuncia que yo... bue... que él me apropió, iba a ser mi padrino, porque eran compañeros de promoción o de la Regional.”
Lestón declaró en la causa de robo de bebés. En el debate reconoció que participó del operativo de secuestro de los padres de Ezequiel, aunque negó que supiera cuál sería el destino. No se sabe si tuvo algún rol en su entrega, pero la idea de que Vázquez Sarmiento lo haya pensado como padrino lo asocia a varios de los casos del juicio, en el que una y otra vez aparecen escenas en las que los apropiadores les otorgan el lugar de padrinos a quienes tuvieron algún rol en la distribución de los niños.
Lo que sucedió más tarde con Ezequiel es conocido. Para cuando el juzgado obtuvo sus datos de filiación, Ezequiel seguía en la Fuerza Aérea. La entonces ministra de Defensa Nilda Garré lo llamó para darle la noticia. Pese a todo, la idea de saber quién era fue un alivio: no lo tomó mal, dijo. “Sabía que hice todo lo posible y que no dependía de mí, así que con eso sentí que uno se va sacando un par de mochilas que va teniendo.”