Fuente: Alejandea Dandan / Página/12.
En el tramo final del juicio por el robo de bebés declaró el dictador Reynaldo Bignone, el partero de la ESMA Jorge Magnaco y el apropiador de Francisco Madariaga, Víctor Gallo. Los tres habían pedido hablar para defenderse antes de la instancia final. Gallo se presentó como víctima y llegó a blandir teorías sobre la “violencia de género”. Magnaco reconoció su rol como partero del centro clandestino e intentó defenderse diciendo que lo que hizo con las embarazadas fue “calmar sus miedos, sus angustias por tener que parir” en esas condiciones. De los tres, Bignone fue el que se tomó el tiempo para un discurso más político: habló de 1982 y de los dirigentes de los partidos políticos y en un tramo buscó el modo de responder específicamente al testimonio de un ex funcionario del Departamento de Estado de los Estados Unidos que durante el juicio oral explicó que su país “sabía” del robo de bebés.
De traje verde y corbata al tono, Bignone se sentó mirando exclusivamente el espacio de los jueces del Tribunal Oral Federal 6. Ratificó todo lo dicho hasta ahora, negó su intervención en la ley de autoanmistía o en la orden de destrucción de documentos, por lo que se lo acusa. Y hacia el final, le respondió a Elliot Abrams, subsecretario de Derechos Humanos del Departamento de Estado entre 1982 y 1985, que declaró en la causa.“Veinticuatro horas después (de las elecciones de 1983) –dijo– recibo como respuesta una carta del presidente de los Estados Unidos, Ronald Reagan, dirigida para mi persona y mi gobierno y para el pueblo argentino por el hecho de regresar a la democracia de esa forma tan explícita y tan limpia. Por eso dudo mucho –aclaró– que la Casa Blanca hubiera hecho semejante cosa si fuera mínimamente cierto lo que en esta misma sala dijo alguien que fuera funcionario de esa época. Que los Estados Unidos tuvieran conocimiento de un plan sistemático de robo de bebés yo creo que (no puede) ser esto, así tal cual.”
Leída de otra forma, la frase de Bignone podría tomarse como una revelación: el gobierno de los Estados Unidos le envió en ese momento una carta de agradecimiento, aun sabiendo de los crímenes de la dictadura y del robo de niños.
Bignone, Magnaco y Gallo pidieron declarar porque el juicio se acerca al final, pero además porque desde la última disposición de Casación cambiaron algunas reglas del juego. Los acusados ya no dispondrán de tiempos eternos para decir lo que quieran decir en el tramo de las “últimas palabras”, como hicieron en la ESMA. Y empezaron a hacerlo ahora.
De los tres, Magnaco tuvo tal vez la intervención más inesperada. Con el aspecto de quien acaba de sacar la ropa de la tintorería, la barba impecable, atildado, el médico apeló a la ética profesional para defenderse de lo que hizo en la ESMA, aceptar que intervino en los partos, pero aclarar que no sabía cuál era el destino de los niños.
“Considero que a estas mujeres les he brindado mucho más que a otras pacientes”, dijo en un momento. “¿Por qué? –se preguntó–. Porque comprendí la difícil situación en la que estaban.”
Según el relato que reconstruyó, en octubre de 1976 tenía grado de teniente y estaba a cargo de ginecología del Hospital Naval de Buenos Aires: “En ese contexto –dijo–, mi jefe me dice que ambos debíamos concurrir circunstancialmente para atender pacientes embarazadas a la ESMA, cuando ello fuera ordenado por la superioridad. Cuando esto ocurrió así lo hice y recibí instrucción de cómo debía ser (...). Me aboqué a prestar la asistencia médica pertinente y la atención al recién nacido con lo mejor de mi conocimiento ¿En qué consistía? En higienizarlo, verificar orificios naturales, controlar el estado físico, el aparato cardiovascular, el sistema nervioso y una vez determinado que estaba en buenas condiciones, lo depositaba en el regazo de su madre para que lo amamantara y una vez finalizado, como había dado término a la atención médica, me retiraba de inmediato”.
Magnaco admitió que no inscribía los nacimientos porque “no existía un libro de nacimientos en los que dejar constancia de mi actuación y tampoco se extendían certificados”. Y en un tramo en el que pareció copiar los argumentos de los médicos civiles convocados a declarar por los nacimientos en el sector de Epidemiología de Campo de Mayo, dijo que “no me fue posible oponerme porque de haberlo hecho era poner en riesgo la salud de las pacientes y su feto”. Y que “no cometí jamás un abandono de paciente, lo que me fue ordenado lo cumplí y creo que asistí mejor a ellas que a otras pacientes que haya asistido en el medio privado”.
Para la querella de Abuelas de Plaza de Mayo y la fiscalía de Martín Niklison, la declaración no sólo no lo ayudó sino que potenció los argumentos en su contra. Magnaco no era médico civil sino militar, lo que le da otro peso en la estructura y cadena de mandos. Tampoco creyeron en el argumento de que no podía abandonar a las parturientas como elemento de peso, porque los otros médicos que dijeron lo mismo denunciaron lo que estaba pasando apenas pudieron, muchos en espacios como la Conadep durante la recuperación de la democracia. El otro dato importante del que el médico no habló indica que no estaba a disgusto en ese lugar: el dato está incluido en las fojas de concepto que poseen los fiscales: allí figura que entre 1976 y 1983, cuando se le preguntó, en caso de cambiar de destino –el suyo era el Hospital Naval de Buenos Aires–, cuál sería de su preferencia, Magnaco puso la ESMA. Un lugar ideal para un ginecólogo y obstetra.
En cuanto a Bignone, negó la relación con el documento final de la Junta Militar; la destrucción de documentos y la ley de autoanmistía, los tres aspectos por los que está acusado en esta causa. Esto es así pese a que hizo toda su carrera de ascenso durante la dictadura. O que en 1977, cuando se produjeron buena parte de los nacimientos de niños robados en Campo de Mayo, él era jefe de Institutos Militares en esa guarnición.
Por otra parte, así como el dictador Rafael Videla ante la revista CambioI16 habló de la cercanía con la Iglesia y con las empresas, Bignone pareció querer mostrar ciertas articulaciones con otros actores políticos. Habló de la carta de Reagan y le dejó una copia al Tribunal. Pero antes, habló bastante de un encuentro que organizó antes de asumir la presidencia de facto con “todos” los referentes de los partidos políticos. Se ocupó de decir que estaban todos, “de derecha a izquierda”. Y como al paso, o como un mensaje destinado a esta época, recordó que todos ponderaron la acción sobre Malvinas e insistió en que también lo había hecho una de las líneas de la izquierda.
En ese momento, Bignone dio un dato importante: mientras hablaba de aquella reunión, de cómo lo aplaudieron, dijo que no se habló del “robo de niños”, no porque no existiera, sino porque “no era el tema de esa ocasión”: “Y debo decir que la reunión terminó con un aplauso de la dirigencia política –explicó–. Ninguno de los presentes se refirió en ningún momento, yo tampoco, al tema memores porque no era el tema de ese momento”.
Otro de los datos que dio en otro momento es sobre un anexo, con instrucciones de Suárez Mason para ver qué hacer en casos de niños que quedaran huérfanos después de los operativos. El anexo se conoce y es materia del juicio. Pero Bignone, buscando defenderse, dijo que había presentado un listado en la causa en 1999 con copia de ese anexo. El problema es que en vez de decir niños huérfanos dijo: “Un anexo sobre cómo proceder en caso de menores nacidos en cautiverio y cuando no se pueda dar con los familiares”. Nadie sabe si se equivocó.
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