El ex director del Buenos Aires Herald durante los primeros años de la dictadura detalló cómo gran parte de la prensa guardaba silencio a pesar de saber sobre secuestros y desapariciones. Cox se fue del país en el ’79, después de un día de secuestro.
(Fuente: Alejandra Dandan - Página 12)
A esta altura es conocido el rol del Buenos Aires Herald durante la dictadura, la decisión de publicar el nombre de los de-saparecidos para romper el cerco informativo sobre Argentina. Convocado por el Tribunal Oral Federal 6 a la audiencia del plan sistemático de robo de bebés, el director del diario de aquella época Robert Cox habló esta vez del “pacto de caballeros” de los grandes medios con la dictadura. Un pacto formalizado de alguna manera a partir de lo que aparece como un encuentro de los directivos con Albano Harguindeguy, entonces ministro del Interior, un encuentro al que no lo convocaron. Cox habló. Explicó. Hizo silencio. Buscó las formas de decir algunas cosas y avanzó: “Directivos de otros diarios con los que traté de tomar contacto, pero desafortunadamente no pude, pero hubo una decisión de... –y dijo–: no es grato hablar de otros colegas, todavía es muy difícil llegar a una conclusión, pero realmente como hubo muchos años de dictadura, los grandes diarios estaban acostumbrados a cumplir las órdenes de los dictadores y hubo una autocensura que era más de casi complicidad con los militares”.
Cox avanzó lentamente, apuntalado por alguna pregunta del fiscal Martín Niklison y alguna pregunta específica de los jueces María del Carmen Roqueta, Julio Panelo y Domingo Altieri. “Era muy difícil de entender”, siguió. “Porque era solamente cuestión de publicar, de recibir a las Madres o Abuelas, pero los diarios no las recibieron.” En ese mismo momento habló de un colega suyo de la BBC que venía de la Unión Soviética y se entrevistó con uno de los hombres de jerarquía del diario La Nación. En ese contexto, le preguntó por qué no publicaban lo que estaba pasando. Y la persona, de la que se escuchó el nombre en la audiencia, le respondió: “Bueno, nuestros lectores no tienen interés en eso”.
Cox dejó el país a fines de 1979, después de un secuestro de un día en la Superintendencia de Seguridad, donde encontró una pared pintada con una gran esvástica, nombres escritos en las celdas y la certeza de lo que estaba pasando. Emilio Massera le había dicho ya que no publicara más su nombre porque iba a terminar “adentro”, pero cuando las amenazas cercaron a su familia tomó la decisión de irse del país. Ahora vuelve a Buenos Aires cuatro meses al año. En aquel momento, además de dirigir The Buenos Aires Herald o poner en contacto a las Abuelas y las Madres con corresponsales extranjeros escribía en otros diarios de afuera, entre ellos The Washington Post. En uno de los artículos intentó explicar lo que pasaba “porque lo que más importaba era tratar de romper el silencio sobre el país”, dijo. El artículo tenía dos objetivos: “Uno, dar cuenta del acuerdo de caballeros de los diarios más importantes de no publicar lo que estaba pasando en Argentina y otro, decir que la llamada ‘revolución de terciopelo’ no era así porque la gente estaba de-sapareciendo: era un esfuerzo mío para poder dar cuenta de lo que pasaba en Argentina”.
Cox llegó a la audiencia a pedido de fiscalía y querellas. Delia Gionvanola de Califano lo nombró semanas atrás en su propia declaración. Dijo que alguna vez en la redacción del diario Cox le contó que en los ministerios había listas de personas que estaban en lista de espera para quedarse con los hijos de los desaparecidos. Cuando se lo preguntaron Cox no lo recordó. Habló, sin embargo, de las mujeres que buscaban a sus nietos ya nacidos y desaparecidos, a quienes los militares habían secuestrado con sus padres. Mencionó el nombre de María Isabel “Chicha” Chorobik de Mariani, recordó el caso del matrimonio uruguayo Zaffaroni Islas, del abuelo Schroeder y la nieta del poeta Juan Gelman. Sobre los Schroeder dijo que hicieron una campaña para salvar la vida de los nietos, “como periodistas en tiempos de normalidad, pero no eran circunstancias normales”. También habló de la publicación de la foto de Clara Anahí, la nieta de Chicha. “Y seguimos con las Abuelas porque ellas hacían desde el principio algo muy importante. Yo hacía dos cosas –explicó–: alertar al pueblo que existía una asociación de los abuelos en los editoriales y poniendo a ellas en contacto con los corresponsales extranjeros. Y cuando era posible publicar noticias con notas sobre desapariciones en las que hubo chicos involucrados. Lo más importante en ese momento era saber dónde estaban los desaparecidos, dónde estaban.”
Cuando le preguntaron por las embarazadas, no lo sabía: “Creo que posiblemente yo no sabía de eso hasta que estuve en el exilio, pero era imposible pensarlo, inconcebible realmente”. Estando más tarde en Brasil un diplomático le dijo que lo que pasaba en Argentina “no es para tanto porque hemos tenido dictadores en América latina, pero lo que no puedo entender es el caso de los chicos”. El diplomático “hablaba así”, dijo Cox. “Y me toma mucho, hasta hoy, pensar que hubo gente capaz de dejar a una mujer dar a luz un bebé y después matar a la madre. Casi no puedo concebirlo, obviamente, yo no lo sabía.”
El 24 de marzo de 1976, Cox ya era director del diario. En ese momento llegó una orden del gobierno militar con las instrucciones acerca de cómo cubrir las noticias. “Al principio no había nada escrito, llamaron por teléfono”, explicó. Les dijeron que en el futuro no podían publicar noticias sobre ataques o hallazgos de cuerpos sin información oficial. Cox entendió aquello como censura. Un periodista se fue a Casa de Gobierno. “Volvió con un papel sin firma, ni nada, diciendo más o menos que no se podía publicar información sobre la violencia, sobre lo que estaba pasando, nosotros estuvimos publicando lo que pasaba cuando era posible y para tratar de confrontar los datos pedíamos en ese entonces los hábeas corpus, pensando que se podía decir que era información oficial.”
A medida que avanzaban las preguntas, el periodista que tiene 80 años recordó las reuniones con los jefes de la dictadura. Harguindeguy, dos encuentros con Videla y con Massera. Habló de los enfrentamientos entre Marina y Ejército. Dijo que Massera siempre “trató de seducirnos”. “Videla era un hombre nervioso, Massera era un hombre del mal.”
Uno de los encuentros con Harguindeguy le permitió volver a hablar sobre el cerco de noticias. El ex ministro le pregunta si sabía de la ESMA. Para entonces, ya se había escapado Jaime Dri del centro clandestino de la Marina. La información circulaba entre algunos periodistas. Harguindeguy lo indagó como si él mismo no supiera nada. “Pero obviamente sabía perfectamente bien cómo era la ESMA”, dijo. “También eso era una de las cosas que no estaban saliendo en los diarios y eso explica lo que pasó: porque cuando la gente puede ver y en ese entonces la gente veía lo que pasaba en la calle, pero cuando no sale nada, con alguna honrosa excepción, en radios, televisión, la gente no tiene que afrontar la realidad y puede evitarla porque no hay nada escrito. O hecho por los medios de comunicación.”
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