Fuente: Alejandra Dandan - Página/12
“Una catarata de lágrimas”, dijo Juan Cabandié cuando dejó la sala de audiencias. La emoción se desborda en algún momento y el tribunal se ve obligado a pasar a un cuarto intermedio para dejar un poco de espacio a esas lágrimas. A Cabandié le habían preguntado por el secuestro de sus padres y cuando empezó a explicarlo, tuvo que parar. Antes había dicho algo sobre lo que volvió a insistir en el tramo final, la necesidad de encontrar alguna lógica, esta vez para su propio secuestro: “La necesidad de estas familias que con instrumentos ilegales han hecho uso de la autoridad transitoria al haber robado bebés, estaban satisfaciendo un vacío existencial o vacío familiar, que quizá se producía en algunas. Es el caso de (Luis) Falco”, explicó. “A partir de que pierden un bebé antes de nacer o durante el mismo nacimiento, tienen la necesidad de completar la familia con un estándar de familia tipo, de ser cuatro integrantes, y toman la decisión de apropiarse de un bebé ajeno. Y el lugar de poder y la impunidad los llevaba a agarrar chicos nacidos en centros clandestinos.”
Juan Cabandié declaró en la audiencia por el plan sistemático de robo de bebés. Los integrantes del Tribunal Oral Federal Nº 6 abrieron el debate con las preguntas del protocolo. Cuando le pidieron la fecha de su nacimiento, Cabandié hizo una pausa y dijo “20 de marzo de 1978”. Cuando la presidenta del tribunal, María del Carmen Roqueta, le preguntó, en cambio, si tenía pleitos pendientes con los acusados, se apuró en recordarle los datos del expediente: “Yo he nacido en la ESMA, como consta en la causa; mi madre ha sido secuestrada y me tuvo en la Escuela Superior de Mecánica de la Armada, ex ESMA, a mediados de 1978”. En las dos horas siguientes, presentado a sí mismo como diputado de la Ciudad de Buenos Aires, Cabandié volvió a entrar a la casa donde vivió convencido de que era hijo del policía de Inteligencia Luis Falco. “Donde yo estaba al borde de dar saltos de rana a la mañana, para ejemplificar la manera en la que se manejaba ésa que era una relación tortuosa y especialmente violenta.” Una familia a la que llegó a ocupar el lugar del niño muerto. Un lugar donde supo que Falco se infiltró entre las Madres de Plaza de Mayo y celebró porque lo equiparaba con los marinos. Y el lugar donde él pronunció alguna vez el nombre de Néstor Kirchner para enfrentar a Falco, cuando dejó la casa de Abuelas de Plaza de Mayo con alguna certeza sobre sus análisis genéticos y su apropiador lo llamó, por primera vez preocupado, para preguntarle si alguien más sabía algo. “Denotaba una especie de temor que no era habitual en él –dijo Cabandié–. Sí era habitual en mí porque yo le tenía mucho miedo, y por el miedo que tenía se me ocurre responderle que sabían Estela Carlotto y Néstor Kirchner. Estela lo sabía de alguna manera, porque mi denuncia estaba en Abuelas. Kirchner obviamente no lo sabía, yo no lo conocía, pero para mí era como una mano de protección, pensaba que nos iba a ayudar a nosotros, y él se asustó más.”
Hubo dos momentos singulares del relato. Uno, compartido con los jóvenes apropiados y restituidos que declaran en el juicio, que es el momento en el que entran y logran mostrar las condiciones domésticas y, entonces, más íntimas de la apropiación. El modo en el que funcionaron aquellas supuestas familias. El otro, la reconstrucción de la historia de sus padres, detalle a detalle, desde la lógica de las biografías políticas.
El relato
“¿Cuándo supo que Damián Cabandié y Alicia Alfonsín eran sus padres?”, le preguntó al comienzo el fiscal Martín Niklison. “De esto me entero el 26 de enero de 2004 –dijo Cabandié–, a partir de que yo me acerqué a Abuelas de Plaza de Mayo, a mediados de 2003, por distintas dudas con relación a mi filiación, en situación de inestabilidad emocional por no tener respuestas a muchas preguntas, por el maltrato que me prodigaba la persona que era mi padre. Y porque ningún argentino es ajeno a lo que sucedió entre 1976 y 1983.”
En esa casa, Cabandié era Mariano Andrés Falco, supuesto hijo de Falco y de Teresa Perrone y hermano menor de Vanina, la persona que lo acompañó más tarde en toda la búsqueda. Con Falco había “una relación tortuosa”, dijo él. “Era una relación mala, no así con Teresa. Yo lo dejo de ver a los 19 años, cuando se divorcia. No lo veo más. Era muy violento, muy autoritario, ejercía violencia sobre la familia, o ese supuesto núcleo familiar, aunque era especialmente violento conmigo, a partir de travesuras como las de cualquier chico: se agarraba de esos elementos para ejercer la violencia hacía mí.”
Falco estuvo en Inteligencia de la Policía Federal. El padre fue comisario general y su hermano sigue en actividad dentro de la fuerza. Tenía un trabajo de visitador médico como cobertura. Cabandié cree que llegó a sus manos por la relación con el represor Samuel Miara –parte de las patotas del Atlético, el centro clandestino por donde pasaron sus padres–, apropiador de los mellizos Reggiardo Tolosa y a quien Juan llamaba “tío”. Cabandié está convencido de que, por jerarquía y relación de mandos, Miara le permitió a Falco obtenerlo de adentro de la ESMA. A los 8 o 9 años, Cabandié vio en televisión las fotos de los mellizos Matías y Gonzalo buscados en llamados solidarios. Preguntó, le dijeron que era un error, pero él se guardó las dudas porque hacía tiempo que no los veía. Dos o tres años después volvió a ver fotos en televisión, esta vez con pedido de paradero. Falco viajó a Paraguay para ver a Miara. En 1989 extraditaron a Miara. Cabandié dijo que, en ese momento, Falco le dijo que Miara había hecho “una gran obra de amor con los mellizos” porque, cuando nacieron, estaban muy flaquitos: “Siendo mellizos, habiendo nacido en la comisaría de La Plata y con su madre torturada –explicó–, no es descabellado pensarlo”.
Pese a la supuesta clandestinidad de las actividades de Falco, en algún momento el represor empezó a construir relatos de lo que hacía, “despojado de cualquier resguardo”. Les hablaba de los allanamientos, de los operativos, de los discos y guitarras, jactándose por haberlos robado en los operativos. Le causaba gracia haberse infiltrado como operario del subte y que lo hayan descubierto. Les contó que usó un seudónimo para infiltrarse en el Mundial ’78. Les mostró una credencial a nombre de Leonardo Fajardo, “que hace alusión a la personalidad”. No hace mucho, Cabandié supo además que había vendido un departamento. Una militante de aquellos años lo contactó para contarle que le había comprado ese lugar a Falco. Que cuando vio la casa le llamaron la atención las imágenes de policía en las paredes y dos niños que jugaban con cara de tristes.
En la sala, Roqueta seguía la declaración con los jueces Julio Panelo y Domingo Altieri. En el fondo, entre el público, estaba la plana mayor de La Cámpora. Niklison seguía con las preguntas. Cabandié habló entonces del Nunca más. “Cuando yo empiezo a tener curiosidad sobre cuestiones de la vida, veo que llamativamente había un libro Nunca más en la casa. Había otros libros. Había libros de formación militar. Que no tenía nada de malo que sean de formación militar, pero había un libro explícitamente antipopular, con reivindicaciones de vejaciones y torturas.” Para entonces tenía 15 años. Leyó los nombres de los amigos de Falco, entre ellos del filonazi Jorge Vieira: “Leerlo me acercó a tener otra mirada, no me asombré de que apareciera explícitamente como filonazi fascista sino leerlo en un libro me llamó poderosamente la atención y empecé a darle más importancia a esa posición diferente”.
Cuando Cabandié empezó a hablar de sus padres, Roqueta ordenó un cuarto intermedio. Fue la primera vez en la que tuvo que dejar de hablar. “Mis papás desaparecen el 23 de noviembre del ’77 –dijo–. En ese momento, la organización política a la que pertenecían había tomado la decisión de iniciar el pasaje a la clandestinidad. Es decir, apartarse de los lugares de origen; mis padres eran muy jóvenes, tenían 16 y 19 años, estaban casados hacía un año.” Ellos vivían en Congreso, en la calle Solís, muy cerca del Departamento Central de Policía; primero fue secuestrado su padre, cuando salía de ENTel; y después su madre, cuando salía de un almacén. Más tarde habló de la ESMA, de su nacimiento, de los 15 o 20 días que estuvo con su madre. Del momento en que lo llamó sólo Juan, porque era un nombre simple. De la carta que le obligaron a escribir cuando estaba convencida de que a su hijo no lo iban a devolver a la familia. Aunque al final siguió con ellos. Pero esta vez habló de la vida cuando Roqueta le preguntó por las identidades políticas. Damián estuvo en la UES, antes del golpe se incorporó a la unidad básica Beto Simona, parte de la estructura de Montoneros. Con el pasaje a la clandestinidad, las actividades se trasladaron al Club Social Teodoro García, donde se conoció con Alicia. Tuvieron una militancia activa en la Villa General Mitre, que era la villa más grande de la ciudad de Buenos Aires, dijo Cabandié. La villa estaba en Colegiales, en el espacio que ahora ocupan la Plaza Mafalda y el Mercado de Pulgas. De su padre sabe que era el que más hacía pintadas; su madre, en cambio, estaba en el barrio.
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