(Fuente: Alejandra Dandan - Página/12)
Eduardo Alberto Pellerano por momentos se frotaba los dedos de una mano como si buscara sacarse la transpiración. Destapó y descargó varias veces la botella de agua mineral dentro del vaso que cada tanto vaciaba de un solo trago. Pellerano fue uno de los médicos del Hospital Militar de Campo de Mayo durante la dictadura. Declaró por primera vez en 1984 ante la Conadep, en un contexto en el que otros testigos, no él, mencionaron las presiones que sufrieron para no hacerlo de parte del Comando Mayor del Ejército. Pellerano dijo en ese momento más de lo que dijo ayer, citado como testigo en la audiencia por el plan sistemático de robo de bebés. Pese a presentarse como parte del “movimiento nacional y popular”, a decir que “personalmente me haría mal si fuesen absueltos” los acusados o a explicar que renunció al servicio cuando notó “la situación que se vivía” o a rehusarse a atender a NN, pese a eso, se contradijo varias veces, explicó que no se acordaba de los detalles importantes o cómo nombraban a las desaparecidas, como si lo retrajera cierto temor a quedar bajo sospecha.
A esta altura, durante las audiencias del juicio, varios médicos, parteras y enfermeras confirmaron cómo funcionaron los partos clandestinos en el Hospital Militar. Dijeron cómo el sector de Infectología sirvió para aislar a las embarazadas que sólo llegaban ahí para dar a luz en partos, muchas veces apurados con cesáreas y se iban sin registros y sin sus hijos. Declaró incluso una de las mujeres que dio a luz. Y lo que se investiga además de los mecanismos son las metodologías con las que se armó la ficción de las adopciones ilegales en las que tomó intervención el Movimiento Familiar Cristiano, entre otros actores, que se supone que tenía un acuerdo con el Ejército para hacer las entrevistas y adopciones. En el Hospital también hubo un grupo de monjas de la Congregación Misericordia de la Tercera Orden regular de San Francisco, mujeres que cuando declararon en las audiencias no dijeron demasiado o parecieron reticentes con los datos.
El testimonio de Pellerano agregó algo de información a esos asuntos. Pellerano era ginecólogo, entró al Hospital Militar siguiendo a un médico que ubicó como una eminencia a cargo de un equipo de “médicos civiles de excelencia”. La dinámica del Hospital cambió sin embargo, dijo Pellerano, cuando la dirección de Ginecología quedó en manos del médico militar Julio César Caserotto, del que hablaron ya varios testigos como el encargado de los partos clandestinos. Caserotto asumió con el golpe de Estado. Las guardias de los obstetras, que hasta ese momento eran pasivas, empezaron a hacerse en el Hospital, como si se hubiesen acelerado el ritmo de los partos. En ese momento, también Pellerano se sumó a las guardias, una vez a la semana.
El área de Ginecología estaba a unos 60 metros de Infectología. El médico recordó que ahí había dos salitas de aislamiento a las que ellos no podían ingresar. En cierto momento, espió por una hendija y pudo ver a una mujer con anteojos negros, una mujer que ya no sabe si efectivamente era una “NN”, como describió a las personas no identificadas que pasaban por el lugar en declaraciones anteriores. Tampoco recordó si alguien efectivamente les prohibió el paso, aunque la idea de haber tenido que espiar para mirar le sugiere eso. Tampoco se acordó de si en la puerta había guardias armados o si el lugar parecía una celda, como sí lo dijeron otros testigos, como ya está probado, y como él mismo lo dijo ante la Conadep.
Pese a esos problemas de memoria y olvido, Pellerano recordó otras escenas. La presencia de niños dentro del Hospital, niños “en pie”, asociados a la imagen de dos religiosas. “Me acuerdo de que fueron dos mañanas”, explicó. “Una vez vi a una monja con un chiquito, le pregunté: ‘¿qué hacés?’, porque eran las ocho de la mañana, y ella me dijo algo así como que no sabía, que el chico vino de la calle, porque ellas eran mudas”. Otra vez en cambio vio a dos niñas, las dos lloraban y otra religiosa con ellas. Sucedió lo mismo que la primera vez. Pero en ese caso, la monja no le respondió.
Pellerano aclaró que él estaba en el Hospital sólo de ocho de la mañana a dos de la tarde y sólo un día a la semana, en las noches de guardia, podía escuchar o saber algo más. Que en esas noches, entre “trago y trago”, aparecía algo en las cenas en el Casino de Oficiales. Alguna de esas noches escuchó a Caserotto, por ejemplo, decir que quería hacer operaciones “extraperitoniales” a las detenidas, un dato del que el médico había hablado ante la Conadep. “¿Qué eran esas operaciones?”, le preguntó Domingo Altieri, vocal del Tribunal Oral Federal 6. Pellerano explicó que eran técnicas distintas para atender los partos de las detenidas, pero que él no las conocía, no sabía si alguna vez se usaron y que lo que en realidad quería decir es que parecían querer usar a las embarazadas para experimentos. “Nunca las hicimos (las operaciones) –dijo–, ni tampoco nos detuvimos a preguntar eso; la verdad, la cesárea es una sola, hay que abrir, no hay otra forma.”
Entre vaso de agua y vaso de agua, el Tribunal, las querellas y defensas avanzaron con las preguntas que parecían construir lo que él mismo llamó en alguna declaración como la “monstruosidad” de alguno de los médicos. Preguntaron por Ricardo Lederer, otro de los médicos militares, una persona que no era extrovertida, pero que entre copa y copa, alguna vez, le dijo “ser adepto a mejorar la especie, como lo decía Hitler, seguramente habrá querido significar con eso su nazismo con zeta”.
Le preguntaron también por Norberto Bianco, el médico militar encargado en los papeles del área de Traumatología, apropiador de dos niños y encargado de los traslados de las detenidas. ¿Por qué usted alguna vez dijo que era un monstruo?, le preguntó esta vez Altieri. “Porque se decía que tenía la actividad, que seguramente tenía a las encarceladas y las traía y las llevaba en su propio coche, como el más representativo de toda esa actividad”. ¿Cuál era la actividad?, insistió el magistrado. “La actividad de llevar y traer internas y embarazadas del lugar de detenidas; no puedo saberlo, doctor –replicó Pellerano–: nosotros no participábamos.”
Pese a no poder dar cuenta de prohibiciones, límites, mandatos, Pellerano explicó en un momento que en cierta ocasión con otro médico hicieron un acuerdo. Los habían llamado para atender a dos personas. Ellos se prometieron que no iban a atenderlas si no estaban registradas en el libro de guardia, como si eso fuese una práctica normal o parte de una normalidad de la que el médico tampoco pudo dar cuenta: “Mirá –nos dijimos–, si nos obligan a atenderla, vamos a pedir que figure en el libro de guardia; pero no se me ocurre por qué lo decidimos así, fue entre los dos, si usted a lo mejor se lo pregunta cuando declare el otro médico, a lo mejor él se acuerda”.
El 28 de febrero de 2011 comenzó en la Ciudad de Buenos Aires el juicio oral y público en el que se investiga la existencia de un plan sistemático de robo de bebés durante la última dictadura argentina.
miércoles, 13 de julio de 2011
martes, 12 de julio de 2011
Alejandro Sandoval pidió a los abogados de los represores que los convenzan para que cuenten qué hicieron con los chicos
(Fuente: Alejandra Dandan - Página/12)
Alejandro Sandoval recordó en medio de la audiencia un diálogo con su apropiadora. El momento en el que ella le habló de cómo llegaron a él, como si fuese parte de una ficción armada por los militares para organizar el procedimiento de robo y apropiación de menores. Primero los convocaron al “Maldonadito”, el modo con el que hablaban del Regimiento Patricios. Los sometieron a un informe ambiental. Les exigieron algunos requisitos: que pertenezcan a la Fuerza o sean “amigos” de la Fuerza; que tuvieran casa propia, estén casados y sean católicos. En la entrega intervino un cura. Cuando todo terminó, Víctor Rei y su mujer recibieron a dos niños directo de Campo de Mayo. Uno era Alejandro, de tres o cuatro meses de edad; la otra era una niña con el cordón umbilical prendido en el cuerpo. La mujer de Rei optó sólo por Alejandro porque no le gustaban los recién nacidos. “Ellos decían que habían hecho una adopción –explicó Alejandro en la audiencia–, pero en realidad era cómo nos robaron a nosotros.”
Alejandro declaró por primera vez hace dos años en el juicio contra su apropiador, el gendarme Víctor Rei, cuando aún se presentó con ese apellido. Ayer declaró en la audiencia por el plan sistemático de robo de bebés como hijo de Liliana Fontana y de Pedro Sandoval. El diálogo entre él y su apropiadora Alicia Arteach fue un eje de la declaración de un juicio en el que fiscalía y querellas intentan probar la sistematicidad de los robos. Una escena en la que Alejandro situó al cura Speche y al gendarme Correa como los encargados del trámite.
Alejandro dijo en la audiencia que no cree en las casualidades. Que por alguna razón siempre le tuvo bronca a quien durante muchos años supuso como tío biológico, un hombre del Batallón 601, hermano de Rei, que estuvo en La Perla, el centro clandestino en el que está convencido que terminó desapareciendo su padre. Pero hay algo más de esas casualidades con las que enlazó distintos momentos. El bar donde paró durante la secundaria era el lugar donde se conocieron sus padres y donde imagina que se dieron el primer beso. El destino de Rei en la provincia de Formosa estaba justo frente a la sede del club Atlético, el centro clandestino donde estuvieron sus padres. Y está convencido de que a eso de los 8 o 9 años conoció a quienes hoy son Francisco Madariaga y Martín Amarilla jugando en Campo de Mayo: “No creo en la casualidad –dijo Alejandro–: creo en la causalidad”.
LA IDENTIDAD
La presidenta del Tribunal Oral Federal 6 le preguntó sus datos, como manda el protocolo. El dijo que era Alejandro Sandoval Fontana y que nació el 28 de diciembre de 1977, cuatro meses antes de la fecha que siempre figuró en su documento y la razón por la que los apropiadores le mostraban fotos y le decían que había sido un bebé grande, cuando en realidad había nacido antes.
¿Cuándo toma conciencia usted de que su identidad es la que acaba de manifestar y que no era hijo de Víctor Rei?, arrancó el fiscal Martín Niklison. “Al enterarme de quienes son mis padres, en 2006”, dijo él. “En realidad, me enteré a principios de 2004 que yo era adoptado e hijo de desaparecidos, pero cuando me entero no entendía”, explicó sobre esa especie de “vacío” que le provocaba la palabra “desaparecidos”, porque podía entender qué era ser adoptado, explicó, pero nunca había oído hablar de los desaparecidos.
Alejandro manejaba una camioneta en la ruta de San Miguel a Hurlinghan con Rei cuando su apropiador le dijo que pare: “Se larga a llorar, me dice que me estacione, yo hago lo normal, empecé a consolarlo, y él que me pedía disculpas, cuando se pone a llorar, le digo que trate de calmarse y me dice que soy adoptado e hijo de desaparecidos, pero más que nada yo me imaginaba que se había muerto un familiar o había pasado algo; en ese momento me quedo bloqueado, arranco la camioneta, sigo el trayecto, llegamos a la casa, me bajo, veo a la mujer de él que lloraba, yo le dije: ‘Está bien, no es nada’, hice mi vida normal y cotidiana”.
El ya no vivía con sus apropiadores. Un mes después leyó en un diario el nombre de Rei y entendió que había una causa y que Rei estaba detenido en Campo de Mayo. Alejandro contó durante estos últimos años varias veces cómo es que desde Campo de Mayo los represores inventaron modos para retener los controles. Ayer volvió a esa escena que parece el sombreado de los hermanos Marcela y Felipe Noble: Rei lo llamó desde Campo de Mayo un día para avisarle que “se veía un allanamiento en 48 horas”. “¿Bueno, qué hay que hacer?”, preguntó Alejandro. El otro le dio los detalles: iban a pedirle una remera, toalla, cepillo de dientes y un peine. Se los dio. “Pero ya que está todo alterado, alteremos todo”, le dijo Alejandro y entre risas se pusieron a pasarle el cepillo de dientes a un perro que su apropiador tenía en Campo de Mayo. Pasaron el peine por el pelo y hasta la toalla.
“Dicho y hecho –siguió Alejandro–: a las 48 horas llegaron a casa. Los hago pasar, les doy los objetos, lo único que me preocupó es que querían además una sábana, pero me quedé tranquilo porque no agarraron la de la cama, se llevaron una del placard; nos sentamos en la mesa, les hice un café, yo me tomé unos mates y a los quince o veinte minutos agarraron las cosas y se fueron.”
Tres o cuatro meses después el allanamiento se repitió. Volvió la misma comisión, pero con testigos, llegaron a las cuatro de la mañana, y tiempo después lo llamaron del despacho de la jueza María Romilda Servini porque estaban los resultados de ADN y le preguntaron si quería conocer a su familia.
“En el encuentro ya comprendía más lo que pasaba, pero no sabía qué era lo que me iba a encontrar del otro lado, porque las personas que te crían, o sea los apropiadores, te impulsaban a verlos, pero te entraban dudas porque me decían: ‘Andá a conocerlos porque ellos no son tu familia’: hasta el día de hoy no entiendo esa lógica, en ese momento me pregunté si ellos sabían entonces quién era mi familia.”
Por ese estado de confusión, de mentiras, le agarró “un ataque de locura” y pidió un nuevo examen genético en ese juicio en el que todavía estaba entre una y otra historia. Aquel resultado confirmó nuevamente los datos: “Fue ahí cuando pude cerrar ese manto de dudas para saber si era o no, un manto de dudas que esta persona generó en todos nosotros”.
LOS PADRES
Edgardo Ruben Fontana declaró después. Era el hermano de la madre de Alejandro. Y la primera persona que le habló de las casualidades. Ayer uno y otro volvieron a ese tema, Alejandro en busca de algunas señales y su tío convencido de que por alguna razón Rei estuvo en Formosa para la misma época en la que él mismo y su cuñado hicieron trabajos políticos en un lugar del que después de un tiempo desapareció un compañero y detrás otros hasta su hermana y su cuñado.
Liliana y Pedro habían nacido en Entre Ríos, pero se conocieron en Buenos Aires. Los dos militaban en el Frente Revolucionario 17 de Octubre como Edgardo. Pedro además era futbolista, había estado en Atlanta y en las inferiores de Boca. “Como se hace amigo de Gustavo Rearte, los entrenadores le dijeron: ‘Bueno, Sandoval, o el fútbol o la militancia, y obvio que eligió la militancia”, dijo Alejandro. Pedro viajó a Cuba. Pronunció un discurso después de Rearte y de John William Cooke que quedó reproducido en un diario. Lo secuestraron el 10 de julio de 1977. Liliana estaba embarazada. Estuvieron en el Atlético. Un sobreviviente escuchó decir a Julio Simón, alias el Turco Julián, que “El Negro Sandoval era patito al agua”. Otro escuchó cuando dijo que “la rubita había tenido un varón”.
Alejandro miró a los abogados de los represores al final de la audiencia. “Me gustaría decirles a ustedes, los abogados defensores, ya que tienen vínculos porque son sus defendidos, si les podrían pedir que junten fuerza para decir el origen nuestro, estaría bueno que ustedes los obliguen a decir dónde están todos y por qué lo hicieron”.
Alejandro Sandoval recordó en medio de la audiencia un diálogo con su apropiadora. El momento en el que ella le habló de cómo llegaron a él, como si fuese parte de una ficción armada por los militares para organizar el procedimiento de robo y apropiación de menores. Primero los convocaron al “Maldonadito”, el modo con el que hablaban del Regimiento Patricios. Los sometieron a un informe ambiental. Les exigieron algunos requisitos: que pertenezcan a la Fuerza o sean “amigos” de la Fuerza; que tuvieran casa propia, estén casados y sean católicos. En la entrega intervino un cura. Cuando todo terminó, Víctor Rei y su mujer recibieron a dos niños directo de Campo de Mayo. Uno era Alejandro, de tres o cuatro meses de edad; la otra era una niña con el cordón umbilical prendido en el cuerpo. La mujer de Rei optó sólo por Alejandro porque no le gustaban los recién nacidos. “Ellos decían que habían hecho una adopción –explicó Alejandro en la audiencia–, pero en realidad era cómo nos robaron a nosotros.”
Alejandro declaró por primera vez hace dos años en el juicio contra su apropiador, el gendarme Víctor Rei, cuando aún se presentó con ese apellido. Ayer declaró en la audiencia por el plan sistemático de robo de bebés como hijo de Liliana Fontana y de Pedro Sandoval. El diálogo entre él y su apropiadora Alicia Arteach fue un eje de la declaración de un juicio en el que fiscalía y querellas intentan probar la sistematicidad de los robos. Una escena en la que Alejandro situó al cura Speche y al gendarme Correa como los encargados del trámite.
Alejandro dijo en la audiencia que no cree en las casualidades. Que por alguna razón siempre le tuvo bronca a quien durante muchos años supuso como tío biológico, un hombre del Batallón 601, hermano de Rei, que estuvo en La Perla, el centro clandestino en el que está convencido que terminó desapareciendo su padre. Pero hay algo más de esas casualidades con las que enlazó distintos momentos. El bar donde paró durante la secundaria era el lugar donde se conocieron sus padres y donde imagina que se dieron el primer beso. El destino de Rei en la provincia de Formosa estaba justo frente a la sede del club Atlético, el centro clandestino donde estuvieron sus padres. Y está convencido de que a eso de los 8 o 9 años conoció a quienes hoy son Francisco Madariaga y Martín Amarilla jugando en Campo de Mayo: “No creo en la casualidad –dijo Alejandro–: creo en la causalidad”.
LA IDENTIDAD
La presidenta del Tribunal Oral Federal 6 le preguntó sus datos, como manda el protocolo. El dijo que era Alejandro Sandoval Fontana y que nació el 28 de diciembre de 1977, cuatro meses antes de la fecha que siempre figuró en su documento y la razón por la que los apropiadores le mostraban fotos y le decían que había sido un bebé grande, cuando en realidad había nacido antes.
¿Cuándo toma conciencia usted de que su identidad es la que acaba de manifestar y que no era hijo de Víctor Rei?, arrancó el fiscal Martín Niklison. “Al enterarme de quienes son mis padres, en 2006”, dijo él. “En realidad, me enteré a principios de 2004 que yo era adoptado e hijo de desaparecidos, pero cuando me entero no entendía”, explicó sobre esa especie de “vacío” que le provocaba la palabra “desaparecidos”, porque podía entender qué era ser adoptado, explicó, pero nunca había oído hablar de los desaparecidos.
Alejandro manejaba una camioneta en la ruta de San Miguel a Hurlinghan con Rei cuando su apropiador le dijo que pare: “Se larga a llorar, me dice que me estacione, yo hago lo normal, empecé a consolarlo, y él que me pedía disculpas, cuando se pone a llorar, le digo que trate de calmarse y me dice que soy adoptado e hijo de desaparecidos, pero más que nada yo me imaginaba que se había muerto un familiar o había pasado algo; en ese momento me quedo bloqueado, arranco la camioneta, sigo el trayecto, llegamos a la casa, me bajo, veo a la mujer de él que lloraba, yo le dije: ‘Está bien, no es nada’, hice mi vida normal y cotidiana”.
El ya no vivía con sus apropiadores. Un mes después leyó en un diario el nombre de Rei y entendió que había una causa y que Rei estaba detenido en Campo de Mayo. Alejandro contó durante estos últimos años varias veces cómo es que desde Campo de Mayo los represores inventaron modos para retener los controles. Ayer volvió a esa escena que parece el sombreado de los hermanos Marcela y Felipe Noble: Rei lo llamó desde Campo de Mayo un día para avisarle que “se veía un allanamiento en 48 horas”. “¿Bueno, qué hay que hacer?”, preguntó Alejandro. El otro le dio los detalles: iban a pedirle una remera, toalla, cepillo de dientes y un peine. Se los dio. “Pero ya que está todo alterado, alteremos todo”, le dijo Alejandro y entre risas se pusieron a pasarle el cepillo de dientes a un perro que su apropiador tenía en Campo de Mayo. Pasaron el peine por el pelo y hasta la toalla.
“Dicho y hecho –siguió Alejandro–: a las 48 horas llegaron a casa. Los hago pasar, les doy los objetos, lo único que me preocupó es que querían además una sábana, pero me quedé tranquilo porque no agarraron la de la cama, se llevaron una del placard; nos sentamos en la mesa, les hice un café, yo me tomé unos mates y a los quince o veinte minutos agarraron las cosas y se fueron.”
Tres o cuatro meses después el allanamiento se repitió. Volvió la misma comisión, pero con testigos, llegaron a las cuatro de la mañana, y tiempo después lo llamaron del despacho de la jueza María Romilda Servini porque estaban los resultados de ADN y le preguntaron si quería conocer a su familia.
“En el encuentro ya comprendía más lo que pasaba, pero no sabía qué era lo que me iba a encontrar del otro lado, porque las personas que te crían, o sea los apropiadores, te impulsaban a verlos, pero te entraban dudas porque me decían: ‘Andá a conocerlos porque ellos no son tu familia’: hasta el día de hoy no entiendo esa lógica, en ese momento me pregunté si ellos sabían entonces quién era mi familia.”
Por ese estado de confusión, de mentiras, le agarró “un ataque de locura” y pidió un nuevo examen genético en ese juicio en el que todavía estaba entre una y otra historia. Aquel resultado confirmó nuevamente los datos: “Fue ahí cuando pude cerrar ese manto de dudas para saber si era o no, un manto de dudas que esta persona generó en todos nosotros”.
LOS PADRES
Edgardo Ruben Fontana declaró después. Era el hermano de la madre de Alejandro. Y la primera persona que le habló de las casualidades. Ayer uno y otro volvieron a ese tema, Alejandro en busca de algunas señales y su tío convencido de que por alguna razón Rei estuvo en Formosa para la misma época en la que él mismo y su cuñado hicieron trabajos políticos en un lugar del que después de un tiempo desapareció un compañero y detrás otros hasta su hermana y su cuñado.
Liliana y Pedro habían nacido en Entre Ríos, pero se conocieron en Buenos Aires. Los dos militaban en el Frente Revolucionario 17 de Octubre como Edgardo. Pedro además era futbolista, había estado en Atlanta y en las inferiores de Boca. “Como se hace amigo de Gustavo Rearte, los entrenadores le dijeron: ‘Bueno, Sandoval, o el fútbol o la militancia, y obvio que eligió la militancia”, dijo Alejandro. Pedro viajó a Cuba. Pronunció un discurso después de Rearte y de John William Cooke que quedó reproducido en un diario. Lo secuestraron el 10 de julio de 1977. Liliana estaba embarazada. Estuvieron en el Atlético. Un sobreviviente escuchó decir a Julio Simón, alias el Turco Julián, que “El Negro Sandoval era patito al agua”. Otro escuchó cuando dijo que “la rubita había tenido un varón”.
Alejandro miró a los abogados de los represores al final de la audiencia. “Me gustaría decirles a ustedes, los abogados defensores, ya que tienen vínculos porque son sus defendidos, si les podrían pedir que junten fuerza para decir el origen nuestro, estaría bueno que ustedes los obliguen a decir dónde están todos y por qué lo hicieron”.
lunes, 11 de julio de 2011
Cronograma actualizado de testigos
11 de julio
9.00 hs. Alejandro Pedro Sandoval
11.30 hs. Edgardo Fontana
14.00 hs. Silvia Fontana
15.00 hs. Ana María Careaga
12 de julio
9.30 hs. Eduardo Alberto Pellerano
(FERIA JUDICIAL)
1° de agosto
9.30 hs. Miguel D’Agostino
10.30 hs. Delia Barrera y Ferrando
12.00 hs. Beatriz Elisa Tokar de Di Tirro
14.00 hs. Julio César Leston
15.00 María Estela Herrera
15.30 hs. José Aniceto Soria
2 de agosto
9.30 hs. Roberto Schinocca
10.30 hs. Miriam Lewin
14.00 hs. María Alicia Millia
15.00 hs. Ana Cristina Santucho
3 de agosto
9.30 hs. Victoria Donda
12.30 hs. Amalia Larralde
13.00 hs. Lila Pastoriza
14.00 hs. Marta Remedios Álvarez
15.30 hs. Perla Rubel
8 de agosto
9.30 hs. Adriana Luisa Reinhold
10.30 hs. Adriana Moyano
12.00 hs. Luis Allega
14.00 hs. Nelly Patricia Tauro
15.00 hs. Mercedes Inés Carazzo
15 de agosto
9.30 hs. Víctor Melchor Basterra
11.30 hs. María de las Victorias Ruiz Dameri
14.00 hs. Juan Cabandié Alfonsín
16 de agosto
9.30 hs. Juan Gonzalo Penino
11.30 hs. Carlos Alberto Viñas
14.00 hs. Lucía Grecco
14.30 hs. Ana María Rivas
14.30 hs. Juan Carlos Rodríguez
15.00 hs. Ana María Bravo
15.30 hs. Osvaldo Juan Salar
17 de agosto
9.30 hs. Adolfo Pérez Esquivel
11.30 hs. Alberto Eduardo Girondo
14.00 hs. Alfredo Buzzalino
14.30 hs. Miguel Ángel Lauletta
15.00 hs. Susana Ramus
29 de agosto
9.30 hs. Claudia Victoria Poblete Hlaczik
11.00 hs. Juan Agustín Guillén
12.00 hs. Mónica Evelina Brull
14.00 hs. Gilberto Rengel Ponce
30 de agosto
9.30 hs. Isabel Teresa Cerrutti
10.30 hs. Susana Leonor Caride
11.30 hs. Isabel Mercedes Fernández Blanco
14.00 hs. Graciela Trotta
14.30 hs. Fernando Navarro Roa
31 de agosto
9.30 hs. María Belén Altamiranda Taranto
11.00 hs. María Susana Reyes
9.00 hs. Alejandro Pedro Sandoval
11.30 hs. Edgardo Fontana
14.00 hs. Silvia Fontana
15.00 hs. Ana María Careaga
12 de julio
9.30 hs. Eduardo Alberto Pellerano
(FERIA JUDICIAL)
1° de agosto
9.30 hs. Miguel D’Agostino
10.30 hs. Delia Barrera y Ferrando
12.00 hs. Beatriz Elisa Tokar de Di Tirro
14.00 hs. Julio César Leston
15.00 María Estela Herrera
15.30 hs. José Aniceto Soria
2 de agosto
9.30 hs. Roberto Schinocca
10.30 hs. Miriam Lewin
14.00 hs. María Alicia Millia
15.00 hs. Ana Cristina Santucho
3 de agosto
9.30 hs. Victoria Donda
12.30 hs. Amalia Larralde
13.00 hs. Lila Pastoriza
14.00 hs. Marta Remedios Álvarez
15.30 hs. Perla Rubel
8 de agosto
9.30 hs. Adriana Luisa Reinhold
10.30 hs. Adriana Moyano
12.00 hs. Luis Allega
14.00 hs. Nelly Patricia Tauro
15.00 hs. Mercedes Inés Carazzo
15 de agosto
9.30 hs. Víctor Melchor Basterra
11.30 hs. María de las Victorias Ruiz Dameri
14.00 hs. Juan Cabandié Alfonsín
16 de agosto
9.30 hs. Juan Gonzalo Penino
11.30 hs. Carlos Alberto Viñas
14.00 hs. Lucía Grecco
14.30 hs. Ana María Rivas
14.30 hs. Juan Carlos Rodríguez
15.00 hs. Ana María Bravo
15.30 hs. Osvaldo Juan Salar
17 de agosto
9.30 hs. Adolfo Pérez Esquivel
11.30 hs. Alberto Eduardo Girondo
14.00 hs. Alfredo Buzzalino
14.30 hs. Miguel Ángel Lauletta
15.00 hs. Susana Ramus
29 de agosto
9.30 hs. Claudia Victoria Poblete Hlaczik
11.00 hs. Juan Agustín Guillén
12.00 hs. Mónica Evelina Brull
14.00 hs. Gilberto Rengel Ponce
30 de agosto
9.30 hs. Isabel Teresa Cerrutti
10.30 hs. Susana Leonor Caride
11.30 hs. Isabel Mercedes Fernández Blanco
14.00 hs. Graciela Trotta
14.30 hs. Fernando Navarro Roa
31 de agosto
9.30 hs. María Belén Altamiranda Taranto
11.00 hs. María Susana Reyes
martes, 5 de julio de 2011
Una enfermera de Campo de Mayo reconoció que ingresaban mujeres embarazadas como NN
Rosalinda Libertad Salguero, enfermera de la maternidad en Campo de Mayo desde 1976 hasta 1983, reconoció que ingresaban mujeres embarazadas como NN que, cuando daban a luz, no podían ver a sus hijos.
Durante su testimonio ante el tribunal, el lunes 4, Rosalinda dijo no recordar casi nada pese a haber declarado con anterioridad, según estimó, unas cinco veces. Las preguntas de los jueces, la defensa y los abogados de las Abuelas se multiplicaron, con el fin de lograr aclarar el funcionamiento de esta maternidad clandestina y la función de la testigo.
“Yo era enfermera, no manejaba el registro de las mujeres que ingresaban. En la sala de maternidad se atendía a las esposas de los militares que iban a tener sus hijos y en la sala de epidemiología se encontraban las mujeres que ingresaban como NN, con custodia militar”, relató la testigo. Y continuó: “Vi una sola mujer con los ojos vendados. Cuando yo recibía mi turno en la noche ya estaban las mujeres allí, todas jóvenes de entre 22 y 29 años. Un militar las llevaba y las dejaba. Los médicos -algunos militares, otros civiles- no permitían que habláramos con ellas, tampoco que usáramos identificación”.
La defensa preguntó si todos estos acontecimientos le habían generado algún tipo de sospecha. La testigo respondió: “Se caía de maduro. Las que estaban en maternidad no tenían guardia militar, se encargaban el doctor Caseroto o el Doctor Vianco. Cuando las mujeres daban a luz, los niños eran llevados a la nursery. Si eran hijos de las esposas de los militares se les ponía el nombre en una tarjeta en la cuna del bebé y después la madre podía ir a verlo cuando quisiera. Y si era hijo de mujeres que ingresaban como NN, en la tarjeta del bebé decía NN y la madre no lo veía. Lo alimentábamos nosotras, las enfermeras, con suero. Yo me limité a hacer mi trabajo, nunca pregunté nada ni presenté denuncia. Nunca supe cómo retiraban a los bebés ni a sus madres. Cuando recibía mi turno nuevamente ya no estaban. Las parteras se encargaban de llevar la carpeta con la medicación, que era igual para todas, y de hacer los controles, pero esa carpeta no tenía nombres ni ningún dato que recuerde, era solo una hoja donde estaba escrita la medicación. Recuerdo a Nelly Beralis y Cristina Ledesma parteras en ese tiempo”.
Uno de los abogados de Abuelas quiso que aclarara por qué no les daban los bebés a las madres, a lo que la enfermera de Campo de Mayo respondió: “Porque las órdenes militares eran que no les diéramos los niños”.
Durante su testimonio ante el tribunal, el lunes 4, Rosalinda dijo no recordar casi nada pese a haber declarado con anterioridad, según estimó, unas cinco veces. Las preguntas de los jueces, la defensa y los abogados de las Abuelas se multiplicaron, con el fin de lograr aclarar el funcionamiento de esta maternidad clandestina y la función de la testigo.
“Yo era enfermera, no manejaba el registro de las mujeres que ingresaban. En la sala de maternidad se atendía a las esposas de los militares que iban a tener sus hijos y en la sala de epidemiología se encontraban las mujeres que ingresaban como NN, con custodia militar”, relató la testigo. Y continuó: “Vi una sola mujer con los ojos vendados. Cuando yo recibía mi turno en la noche ya estaban las mujeres allí, todas jóvenes de entre 22 y 29 años. Un militar las llevaba y las dejaba. Los médicos -algunos militares, otros civiles- no permitían que habláramos con ellas, tampoco que usáramos identificación”.
La defensa preguntó si todos estos acontecimientos le habían generado algún tipo de sospecha. La testigo respondió: “Se caía de maduro. Las que estaban en maternidad no tenían guardia militar, se encargaban el doctor Caseroto o el Doctor Vianco. Cuando las mujeres daban a luz, los niños eran llevados a la nursery. Si eran hijos de las esposas de los militares se les ponía el nombre en una tarjeta en la cuna del bebé y después la madre podía ir a verlo cuando quisiera. Y si era hijo de mujeres que ingresaban como NN, en la tarjeta del bebé decía NN y la madre no lo veía. Lo alimentábamos nosotras, las enfermeras, con suero. Yo me limité a hacer mi trabajo, nunca pregunté nada ni presenté denuncia. Nunca supe cómo retiraban a los bebés ni a sus madres. Cuando recibía mi turno nuevamente ya no estaban. Las parteras se encargaban de llevar la carpeta con la medicación, que era igual para todas, y de hacer los controles, pero esa carpeta no tenía nombres ni ningún dato que recuerde, era solo una hoja donde estaba escrita la medicación. Recuerdo a Nelly Beralis y Cristina Ledesma parteras en ese tiempo”.
Uno de los abogados de Abuelas quiso que aclarara por qué no les daban los bebés a las madres, a lo que la enfermera de Campo de Mayo respondió: “Porque las órdenes militares eran que no les diéramos los niños”.
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